Todos hemos resistido estas tórridas tardes de verano, en las cuales parece que el sol nunca deja de brillar y no vemos la hora en la que las truchas empiecen a comer, y así fue en una de esas tardes en las que nos desplazamos un corto rato al río. La temperatura era elevada, el sudor se deslizaba por nuestras frentes...Agotados por el calor, realizamos los últimos lances con la cucharilla y esos momentos en los que empieza a girar provocando la reacción del depredador supremo del rio. Una picada de infarto, una cola potente como un torpedo, una agresividad similar a la de un tiburón... Nuestros corazones palpitantes por visualizar el monstruo que había detrás de aquel sedal tenso...
Resultó ser una imponente trucha hembra de 50cm, que tras una intensa pelea hasta conseguir ensalabrarla, me dejó un recuerdo que nunca olvidaré.
Al sacarle el anzuelo, aprovechó mi ignorancia para propinarme un mordisco con esos afilados cuchillos, provocando así un fino hilo de sangre; por lo que podemos decir, que aquella tarde, la sangre llegó al rio.